Historia bancaria de Cuba, 1858-1878

En este apartado buscamos ofrecer una guía interactiva, asequible a todo público, para conocer y profundizar en la historia bancaria de Cuba en el siglo XIX. Con este propósito, conforme nuestro visitante se adentra en una breve explicación general sobre la evolución financiera del país desde mediados del siglo XIX, se le invita también a consultar bibliografía especializada sobre los temas tratados, conocer los billetes del periodo, acceder a documentos clásicos digitalizados, conocer los archivos en los que se albergan fuentes útiles y descargar algunas de las estadísticas históricas que los especialistas han reconstruido y que nosotros hemos compilado.

El Banco Español de la Habana, financiamiento de exportaciones e instrumento de gobierno

El primer gran banco comercial cubano fue el Banco Español de La Habana,  fundado en 1856, cuya historia ha sido recuperado en detalle por la historiadora  Inés Roldán en varias monografías. En  su calidad de banco comercial podía “descontar, girar, llevar cuentas corrientes, ejecutar cobranzas, recibir depósitos, prestar y anticipar con garantía de depósitos de géneros de comercio, metales preciosos o valores mobiliarios.” El Banco Español recibió depósitos (inicialmente pagó una prima sobre ellos), ofreció préstamos a clientes privados, manejó remesas a Europa y cotizó en acciones. Al mismo tiempo,   construyó una relación especialmente estrecha con la administración colonial, lo cual se reflejó en la autorización para efectuar préstamos a  gobierno y sus dependencias pero, sobre todo, porque recibió en su contrato el derecho de emisión de billetes bancarios en calidad de monopolio, lo cual le dio notables ventajas sobre los demás bancos que se fueron estableciendo en la isla pero también le obligaron a cuidar su  vinculación cada vez más estrecha con el gobierno y sus finanzas.

Las funciones duales de la institución – como banco comercial y banco de gobierno- se reflejaron en su estructura organizativa la cual se dividió en dos  departamentos, uno de emisión y otro de descuentos y préstamos, “siguiéndose en ello el modelo de la Ley Peel para el Banco de Inglaterra.” Para reforzar la seguridad y solvencia del Banco Español de La Habana se aplicó una regla muy estricta que obligaba a la institución mantener en caja en metálico un tercio de los billetes que emitía, práctica que mantuvo hasta 1868.

El objetivo de esta medida consistía claramente en una limitación a la posibilidad de que los directivos pudieran emitir sin adecuado respaldo, lo cual despertó la confianza del mercado. Al mismo, tiempo, sus privilegios en los negocios de descuento de letras de aduana y su capacidad para  emitir billetes claramente representaban oportunidades significativas a negocios rentables,  y ayudó a atraer la atención de los primeros accionistas

Para reunir una cantidad suficiente de capital para la fundación de la nueva institución, se pusieron en venta 6.000 acciones en 1856: la mitad fue adquirida por unos setenta de los más acaudalados comerciantes de La Habana, mientras que la otra mitad fue colocada entre  pequeños comerciantes y profesionales, como lo demuestra una monografía de Inés Roldán sobre este banco. Entre los directivos y accionista más importantes se contaban buen número de los más influentes comerciantes y banqueros de La Habana: varios habían sido tratantes de esclavos, algunos de los cuales se habían convertidos en propietarios de ingenios azucareros; otros tenían intereses en empresas navieras; y algunos era contratistas de obras públicas y de suministros para el ejército.  En la práctica, la firma financiera estaba controlada por no más de veinte importantes capitalistas, la mayoría bien conectado a la administración española y al capitán general de turno. Estos poderosos negociantes progresivamente se dieron cuenta de que su control del banco les otorgaba  oportunidades para buenos negocios pero también que necesitarían la aprobación gubernamental para realizar una gran cantidad  de las actividades del banco, en especial las vinculadas a las finanzas públicas.

Para el gobierno colonial, la  relación con el Banco Español fue muy beneficiosa ya que las tasas de interés que el banco cobraba por préstamos y anticipos se situaba entre el 4 y el 5%, cifra mucho menor que los créditos ofrecidos habitualmente por los prestamistas privados antes de 1855. Las autoridades tendieron a trasladar al banco una cantidad adicional de nuevas funciones que incluyeron la de  encargarse de la recaudación de una parte sustancial de los ingresos aduaneros y la gestión del pago de nómina de funcionarios civiles y militares. A cambio de estos contratos altamente rentables,  esta institución bancaria se vio obligada cada vez más por el Gobierno español a adquirir bonos de corto plazo y adelantar fondos a la tesorería del Estado en forma de billetes de banco. No obstante, hasta al menos 1867, los directivos bancarios fueron bastante prudentes en la emisión así como el mantenimiento de un buen nivel de reservas en oro, suplementado por la gran cantidad de metálico en caja que fue la nota característica de su primer decenio de operación comercial.

Los negocios del Banco Español de La Habana fueron altamente rentables en el mediano plazo,  con un nivel de dividendos repartidos que promedió más  de 15% del capital suscrito por año entre 1856 y 1876. No obstante, la entidad sufrió  un alto bastante nivel de volatilidad a raíz  de las crisis financieras y comerciales de 1857 y 1866.

El Banco Español de Cuba durante la Guerra de los Diez Años

La naturaleza misma del banco cambió de manera notable a partir del estallido de la  Guerra de los Diez Años en 1868. Durante el decenio siguiente, el gobierno español aumentó dramáticamente el tamaño de sus fuerzas militares para combatir a los miles de rebeldes en armas en la parte oriental de la isla, y por lo tanto, el negocio de suministro del ejército también creció considerablemente. El Banco Español fue convocado para apoyar el régimen contra los insurgentes y financió varias campañas militares mediante la emisión de un enorme volumen de papel moneda, que pronto dejó de ser convertible debido a las importantes salidas de oro de la isla a Europa. Al mismo tiempo aceptó adquirir y colocar volúmenes importantes de deuda pública para sufragar los gastos militares. Entre 1868 y 1873, los beneficios del banco fueron de  los más altos jamás, pero eventualmente, la inconvertibilidad del papel moneda, junto con la inflación, producirían efectos nefastos.

En la práctica, la mayor parte de la emisión de billetes por el Banco Español de La Habana  fue realizada por cuenta del Tesoro cubano y, por ende, las emisiones de guerra no eran responsabilidad exclusiva del banco. De hecho, como puede observarse los balances anuales del banco en los años del conflicto,  la emisión de billetes fue contabilizada en dos rubros, una del banco y otra de “guerra”, que era responsabilidad de la hacienda pública de la isla. (Véanse Gráficas 3.4 y 3.5)  Ambos aumentaron tan rápidamente que  desde 1872 el gobierno y el banco tuvieron que  abandonar la convertibilidad,    debido tanto a la cantidad excesiva de papel moneda en circulación como por  las importantes salidas de oro de la isla a Europa,  lo cual  inevitablemente provocó un incremento de  la inflación. A partir de 1873, ya asustados por la pérdida de sus reservas y del valor de sus billetes, los directivos del banco suspendieron nuevas emisiones y propusieron al gobierno un plan para  la reducción  la de papel moneda en circulación  a cambio de recibir entregas mensuales de las aduanas que permitirían retirar los billetes de manera más o menos ordenada. A pesar de ello, los gastos militares requirieron nuevas emisiones hasta mediados de 1874. El daño estaba hecho y el tipo de cambio se disparó y no pudo volver a bajar.  El Banco Español de la Habana sobrevivió a la guerra, pero en términos mucho menos favorables que en los últimos días del auge del azúcar de las décadas de 1850 y 1860.

En resumidas cuentas el impacto de la Guerra de los Diez Años en Cuba no sólo provocó una gran devastación en la parte oriental de  la isla sino un creciente desequilibrio monetario y financiero que había de perjudicar severamente  el desempeño del mayor banco cubano. Al mismo tiempo, la economía cubana sufrió por  las enormes fuga de capitales, las que han sido estudiadas en detalle por los investigadores Angel Bahamonde y  José Cayuela y, para el período posterior a la Guerra de los Diez Años, por Fe Iglesias así como José Antonio Piqueras. Las remesas de dineros a Europa llegaron a su cúspide en 1872,  uno de los años más críticos del conflicto cuando un observador bien informado declaró que la extracción de capitales en oro había alcanzado la cifra de 46 millones de pesos, una suma gigantesca para la época. Una parte consistía de las transferencias que habitualmente realizaban los más acaudalados propietarios azucareros y de otros miembros de la alta burguesía cubana, los cuales desde hacía décadas trasladaban buena parte de sus ganancias anuales para invertirlos en bonos de deuda inglesa, francesa y española, así como en acciones de ferrocarriles y en bienes raíces.  Pero una porción creciente ahora consistía de las remesas de una gran masa de pequeños propietarios y comerciantes hispanos  que deseaban asegurar su patrimonio, colocando sus ahorros en España. Ello contribuyó inevitablemente al debilitamiento del sistema bancario cubano y  especialmente de los mercados de capitales locales, fenómeno que seguramente limitó los márgenes de crecimiento y sobre todo diversificación de la economía de Cuba en el último cuarto  del siglo XIX.

Sobre la historia bancaria de Puerto Rico


Al ser colonia española hasta 1898 y compartir con la historia bancaria de Cuba algunos avatares geopolíticos e institucionales, la historia de la banca en Puerto Rico también es importante al hacer un sobrevuelo sobre el desarrollo de estas instituciones en el Caribe. Descargue el siguiente trabajo haciendo click en el link debajo.

 

MARTÍN-ACEÑA, Pabelo y ROLDÁN DE MONTAUD, Inés, A Colonial Bank under Spanish and American Sovereignty: the Banco Español de Puerto Rico, 1888-1913, Caribbean Studies, Vol. 41, No. 2 (July December 2013), pp. 163-207.

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