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diciembre 7, 2019

Historia de la banca en México (1821-1915)

 En este apartado podrás encontrar una guía interactiva, asequible y dirigida a todo público, para conocer y profundizar en la Historia de la Banca en México en el siglo XIX. Primero encontrarás una breve explicación sobre la organización financiera de México después del movimiento de Independencia; luego, podrás consultar bibliografía especializada. También ponemos a tu disposición los billetes disponibles, mediante una vista previa. Puedes también  acceder a documentos clásicos digitalizados. Estadísticas históricas que los especialistas han reconstruido y que nosotros hemos compilado.

Los retos financieros de la Independencia

Una vez suprimido el orden colonial y la estabilidad financiera asociada —su captación fiscal eficiente, circuitos de crédito funcionales y moneda fuerte—, las nuevas autoridades enfrentaban, en torno a las finanzas del país, al menos tres tareas claves, estrechamente interrelacionadas: reorganizar la hacienda pública, promover condiciones favorables para el crédito y recuperar la confianza del público en el dinero (tanto metálico como fiduciario).

Los primeros experimentos bancarios en México intentaron dar respuesta a esta problemática trina, indisolublemente amalgamada; explicar aquí abstractamente los términos de esta compleja unidad sería ocioso, el recorrido histórico los expondrá. Rogamos paciencia si en un primer momento (antes de la aparición de los bancos) pareciera que dedicamos demasiada atención a temas hacendarios y de deuda.

Del Primer Imperio a la Intervención Francesa (1821-1867)

El movimiento de independencia granjeó muchas simpatías al esgrimir consignas anti-fiscales y denunciando las onerosas exacciones de los realistas. Al configurarse el nuevo gobierno se había vuelto ineludible la reducción de impuestos. Pero la reducción de impuestos trajo aparejada la virtual quiebra del nuevo Estado. Iturbide, emperador de México, pretendió sortear esta debilidad fiscal mediante la emisión de papel moneda; así, en 1822 se decretó la creación de los primeros billetes nacionales (válidos durante 1823).

La proclamación de la república en 1824 no modificó la endeble situación fiscal del Estado. Para hacer frente a su déficit, el gobierno contrató empréstitos extranjeros (forma de captar dinero del público por parte de las entidades de crédito, que emiten en este caso un conjunto de valores en serie que la gente puede comprar), principalmente ingleses.
Pero la crisis europea de 1825-1826 llevó a que se promoviera el endeudamiento interno; aparecieron en escena los llamados “agiotistas”, acreedores del gobierno que cobraban elevadísimas tasas de interés y que especulaban con el desprestigio de los bonos públicos (instrumentos de dinero fiduciario).

Para 1829 las arcas del erario estaban en su punto más bajo. En un intento por contrapesar tan penosa situación, el gobierno de Guadalupe Victoria comenzó a acuñar monedas (y ya no desacreditado dinero fiduciario). Pero, como alternativa a la plata (producto irrenunciable de exportación), estas monedas se acuñaron en el poco cobre.
Entre 1830 y 1832, durante la llamada “administración Alamán” (bajo el mando de Anastasio Bustamante), los ingresos fiscales comenzaron crecer como resultado —presumible— de la recuperación económica posbélica, en general, y de la rehabilitación de impuestos al comercio (y quizá también como reflejo de un proceso inflacionario, potenciado por la acuñación cuprosa).

Estos impuestos debían implementarse procurando no confrontar el ideario liberal de la independencia; así, debían gravar principalmente el comercio exterior (importaciones) alegando proveer protección a los productores nacionales. Con los ingresos generados por las aduanas, el gobierno de Bustamante preveía la creación de un banco para financiar la producción doméstica; la “administración Alamán” tenía intereses en promover la industria y, con tal objetivo, creó el Banco de Avío (1830-1842), auténtica primera banca de fomento.

Para mediados de la década de 1830 el exceso de moneda de cobre se había vuelto intolerable; su circulación representaba una deuda pública excesivamente costosa (en virtud de la proliferada falsificación) y generaba presiones inflacionarias. Para sanear las relaciones entre finanzas públicas y política monetaria era necesario retirar las monedas de cobre de las manos del público. Inicialmente, con esta intención surgió el Banco Nacional de Amortización de la Moneda de Cobre (1835-1842).

En los hechos, este banco no sólo no logró cabalmente su cometido oficial, sino que comenzó a extrapolar sus atribuciones para beneficio personal de políticos y agiotistas involucrados en la administración de las rentas del estanco de tabaco y, más generalmente, del dinero público cuya gestión el gobierno había directamente delegado en cuentas del banco o, indirectamente, puesto en manos de sus prestamistas.

Durante todo este periodo (1824-1864) los créditos habían sido principalmente —con la notable excepción del Banco de Avío— otorgados por particulares. Estos préstamos fueron hechos al estado (por los agiotistas) pero también a agentes productivos privados e, inclusive, a familias relativamente acomodadas que, en su red social, podían posicionarse como sujetos de crédito para el consumo. En general, ante pobres expectativas de estabilidad (agravadas durante la guerra con Estados Unidos), los circuitos del dinero se circunscribe a los de las redes de comerciantes y políticos, en un contexto informal de tratos francamente personales o casi personales.

Familias poderosas como la Escandón o Martínez del Río fueron protagonistas de este periodo de la historia financiera de México. También importante fueron las firmas familiares, como la Bermejillo y Compañía, estudiada por Tayra González Orea en Métodos de financiamiento agrícola en México: el caso de la firma bancaria Bermejillo y Compañía, 1848-1860 (ponencia basada en su tesis Redes empresariales y familiares en México: el caso de la familia Bermejillo, 1850-1911, México, 2008).

En México, la creación del primer banco privado de características modernas está relacionada con las expectativas positivas aparejadas por la proclamación del Segundo Imperio y el contexto internacional de expansión económica de la llamada primera globalización. En 1864 surge el Banco de Londres, México y Sudamérica con capitales mayoritariamente ingleses (resultado de las modificaciones legales británicas respecto a los bancos de ultramar) y operando como un banco inglés: priorizando el financiamiento del comercio exterior, el comercio comercial y los créditos de corto plazo (por sobre el financiamiento del gobierno o empréstitos para inversión).

Es muy destacado el hecho de que el banco comenzó a imprimir sus propios billetes, cosa que, ante la ausencia de una legislación al respecto, lo llevó a operar al seno de una experiencia de banca libre (free banking) realmente sui generis. En perspectiva histórica, esta introducción del papel moneda quizá sea el mayor legado del banco.

En cuanto a sus aportaciones financieras, el Banco de Londres dedicó buena parte de sus recursos de giro a la comercialización de la plata; sus inversionistas se apoyaron en el extenso tejido de contactos mercantiles, mineros y políticos que había sido la base de la otrora poderosa firma de Manning y Mackintosh de la Ciudad de México.  Siendo corresponsal de la banca Baring de Londres, esta empresa había ejercido un papel importante en la introducción de azogue al país y, a su vez, en la exportación de plata.

Pero fuera de las redes nacionales del contexto minero, el Banco de Londres, México y Sudamérica realmente circunscribía sus operaciones al marco territorial de la Ciudad de México. De hecho, sus billetes no circulaban más allá de la capital y, una vez restaurada la república y repudiadas las deudas del imperio (notablemente, las contraídas con Inglaterra), los billetes fueron oficialmente marginados —en tanto no se usaban para pagar a la burocracia ni se aceptaban para pagar impuestos (pese a que la restauración republicana adoptó en los billetes la omnipresente imagen de Juárez).

El primer sistema bancario nacional (del albor al ocaso)

Durante los primeros años de operación del Banco de Londres, México y Sudamérica (BLM&SA) en el país, imperó un entorno político y social ominoso que poco abonaba a la prosperidad de los negocios. Algunos años después, una vez consumada la restauración republicana, se sentaron las bases de una relativa estabilidad política de forma que el sector bancario comenzó a florecer.

El monopolio del BLM&SA terminaría en 1881, puesto que en ese año las negociaciones entre banqueros foráneos (representados por Edouard Noetzlin) y los representantes del régimen propiciaron el establecimiento el Banco Nacional Mexicano, con el concurso del Banco Franco ­Égyptienne, la Société Générale, ambas instituciones de origen parisino, así como un heterogéneo grupo de inversionistas provenientes de los principales centros financieros de Europa.

Posteriormente, se erigieron el Banco Mercantil Mexicano (1882) y el Banco de Empleados (1883), ambos con la potestad de emisión de circulante a nivel nacional. En este periodo ocurren otros acontecimientos relevantes: como la erección del primer banco especializado en crédito a largo plazo (instaurado antes de la regulación de 1884), el Banco Hipotecario Nacional (1883), y la concesión de emisión de circulante al Monte de Piedad.

En Chihuahua, el congreso local otorgó concesiones para múltiples bancos de emisión en las décadas de 1870 y 1880, siendo el Banco de Santa Eulalia el primer banco local tanto en el estado como a nivel nacional, no obstante esta concesión únicamente avaló sus operaciones en la demarcación del mismo estado.